miércoles

ODIO POR ODIO


Odio por odio (Odio per odio )
1967
Italia
Director: Domenico Paolella
Reparto: Antonio Sabato, John Ireland, Mirko Ellis, Nadia Marconi, Gloria Milland, Piero Vida, Fernando Sancho, Gianni Di Benedetto, Antonio Iranzo, Bruno Arie, Dony Baster, Mario De Simone, Alba Gallotti, Osvaldo Genazzani, Luigi Perelli, Emilio Sancho, Sergio Scarchilli
Guión: Mario Amendola, Bruno Corbucci, Fernando Di Leo, Domenico Paolella
Fotografía: Giovanni Bergamini, Alejandro Ulloa
Música: Willy Brezza

Producción italiana del año 1967 de Italo Zingarelli, productor ligado al cine de género europeo y especialmente al peplum y al spaghetti con las dos entregas de Trinidad en su haber, dirigida por Domenico Paolella, un veterano realizador que dio sus primeros pasos en el cine a finales de los años treinta para especializarse durante la década de los sesenta en películas de aventuras de bajo presupuesto al servicio de actores tan característicos de este género en Europa como el ex Tarzán Lex Barker o, entre otros, los culturistas norteamericanos Mark Forrest-Maciste y Peter Lupus-Hércules (conocido posteriormente por su participación en la serie “Misión imposible”), terminando por rodar en la década siguiente típicos filmes de explotación, en su versión nunexploitation, tan característicos como “Historia de una monja de clausura” y “Escándalo en el convento”, ambas de 1973.

Para la ocasión contó como actor principal con el canadiense John Ireland, veterano interprete que, tras participar a comienzos de los sesenta en dos superproducciones de Samuel Bronston filmadas en España: “55 días en Pekín” (Nicholas Ray, 1963) en el rol de un sargento norteamericano y “La caída del imperio romano” (Anthony Mann, 1964) en la que daba vida a un jefe bárbaro, se convertiría en un asiduo del cine europeo con especial incidencia en el spaghetti (solamente en 1968 intervino en siete westerns).

SINOPSIS: James Cooper, un veterano ladrón de bancos condenado a cadena perpetua, conoce en prisión a Miguel, un escultor y buscador de oro temporal, al que encarga que se ocupe de su familia. Pero tras escapar comprueba que tanto su mujer como su hija han sido secuestradas por Moxon, un antiguo socio que le traicionó, que además persigue el oro de Miguel, por lo que el destino de ambos amigos quedará dramáticamente ligado.

La película parte de un prometedor guión que, con una mayor hondura de lo habitual en este subgénero (no en vano entre los escritores se encuentra Fernando Di Leo, uno de los grandes guionistas de cine de género en Europa), desarrolla en paralelo dos historias que se entrecruzan a lo largo del largometraje para fusionarse en el último tercio.

Por una parte tenemos la más convencional protagonizada por Miguel, un mejicano soñador que pretende convertirse en un gran escultor para lo que decide ir a Nueva York, y por otra la mucho más interesante y cargada de connotaciones morales referente a Cooper, un viejo bandido que sueña retirarse con el producto de su último golpe.

El resultado es una película irregular y desequilibrada en la que además cobra, para mi gusto, excesivo protagonismo la parte, más ligera, correspondiente a Miguel, en detrimento de la historia, más grave, de Cooper.

Tampoco ayuda la dirección un tanto farragosa de Paolella que, por momentos, da la sensación de no saber traducir en imágenes el guión, por otra parte algo enrevesado, lo que da lugar a un filme desordenado, confuso, sobre todo respecto a la subtrama del oro codiciado por Moxon, difícil de seguir en buena parte de su metraje, con ambas historias mal ensambladas (tuve la sensación durante parte del metraje de estar viendo dos películas diferentes) y con un ritmo desigual, que sólo remonta con la presencia en la pantalla de un maravilloso John Ireland que, además, protagoniza las mejores escenas de la película (los dos reencuentros con su mujer, aquella en la que aquejado por la malaria toma quinina o el final del filme) pero al que el propio director parece, incomprensiblemente para mí, dar menos importancia que al personaje interpretado por Ernesto Sabato.

La irregularidad del largometraje se extiende a su banda sonora compuesta por Willy Breza, ya que junto con un buen y melancólico tema principal con el que se suele identificar al personaje de Cooper que se escucha con diversas variaciones, incluido una con arreglos a lo Morricone, aparece otro de corte festivo bastante cansino y, para mí, muy poco apropiado en relación con la historia narrada.

Sin duda una de las grandes bazas del filme fue contar con John Ireland que hace una interpretación sentida de Cooper, un bandido a la vieja usanza cansado de su vida que anhela un cambio en la misma pero al que el destino le negará cualquier posibilidad de reinserción. Desde el comienzo con el asalto al banco, en el que su socio asesina a sangre fría y sin su consentimiento a los tres empleados del mismo, se introduce la idea del carácter trágico y maldito de su persona. Circunstancia que se corroborará a lo largo de la película al presentarnos a un Cooper superado en todo momento por las circunstancias (su detención debida a una traición, el secuestro de su familia por Moxon), lo que le obligará a actuar en función de éstas, impidiéndole retomar las riendas de su vida.

Además, da la sensación de que este interesantísimo personaje fue fuente de inspiración para la creación, al año siguiente, de otros dos. Por una parte, el Mason (interpretado por Gilbert Roland) de la ya comentada en este blog “Los profesionales del oro”, con el que Fernando Di Leo retomaba la idea de su enfermedad (ambos personajes padecen de malaria lo que les lleva a estar inermes en determinadas situaciones); y ,por otra, a Ralph, al que también dio vida Ireland, en “Cuanto cuesta morir” (también reseñada), un viejo pistolero cansado y avergonzado de su pasado que, al igual que Cooper, oculta su verdadera identidad a su hijo el cual ni tan siquiera sabe que es su verdadero progenitor.

Junto al veterano pistolero, y siguiendo la costumbre del western clásico de combinar un actor consagrado con una joven promesa, nos encontramos a Miguel, interpretado por Ernesto Sabato, un joven soñador e idealista que le sirve de contrapunto. El problema radica en que, a pesar de que para mi gusto nos ofrece una interpretación superior a las de “Más allá de la ley” y “Llego, veo y disparo” (ambas con sus respectivas reseñas), no está a la altura del actor canadiense por lo que se produce un nuevo desequilibrio.

En papeles secundarios aparecen la “marchentiana” y envejecida para la ocasión Gloria Milland dando vida a María, la sufrida esposa de Cooper; el gran Fernando Sancho que se limita a estar en el intranscendente rol de Coyote, una especie de mafioso que controla las explotaciones de oro en Stone Canyon, tiene capacidad para corromper a los jueces y cuya presencia en la película no entendí; y un tan sólo aceptable Mirko Ellis como Maxon, antiguo socio de Cooper y causante de sus desgracias.

En resumen, un spaghetti con un punto de partida interesante y un personaje principal de gran potencial pero con un desarrollo embarullado y decepcionante. (TEXTO 800 SW)


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