Título original: La ley del Colt / La Colt è mia legge
Año: 1965 (España, Italia)
Director: Alfonso Brescia
Guionistas: Franco Cobianchi [acreditado como Franco D’Este], Ramón Comas, Mario Musy, Alfonso Brescia y Adriano Micantoni [no acreditado en la versión española]
Fotografía: Eloy Mella
Música: Carlos Castellanos Gómez
Intérpretes: Ángel del Pozo (George Benson), Luciana Gilli [acreditada como Lucy Gilly) (Lisa O’Brien), Miguel de la Riva [acreditado como Michael Rivers] (Peter), Franco Cobianchi [acreditado como Franco D’Este] (Sam), José Riesgo (Ingeniero del ferrocarril), Aldo Cecconi (Mark), Livio Lorenzon (Stevans), Rafael Alcántara (O’Brien), Enrico Glori, Milo Quesada, Nino Nini, Pietro Tordi (Doctor), Germano Longo (Don Esteban)…
Sinopsis: Dos forasteros, el uno un caballero de modales refinados, el otro un pendenciero huido de la justicia, van a parar a San Felipe, población asolada por los continuos robos que una banda de malhechores cometen contra el banco de la localidad.
El inesperado éxito cosechado por alguno de los pioneros eurowesterns, muy especialmente los de Sergio Leone, fue el detonante que impulsó a que un buen número de espabilados productores italianos y españoles se lanzaran afanosamente en la realización de películas, casi de forma industrial, que respondieran a los nuevos gustos del público, tratando así de beneficiarse del filón recién descubierto, aprovechando para ello las posibilidades que ofrecían las infraestructuras existentes en Almería, la sierra madrileña o las afueras de Roma, lo cual suponía un abaratamiento de costes además de facilitar las labores de producción. En este grupo de películas es en el que debemos de encuadrar a la cinta que nos ocupa, La ley del Colt, coproducción hispano-italiana a caballo entre la serie B y la Z, y dirigida por Alfonso Brescia, realizador trasalpino de los llamados artesanos, que en su dilatada carrera como director, con más de cincuenta películas, encaró todas las corrientes que el cine de género de su país fue atravesando por aquellos años, ya fueran peplums, spaghetti-westerns, cintas bélicas, poliziescos o fantasía heroica, destacando en su filmografía, más por su singularidad que por la calidad de las mismas, la media docena de títulos de ciencia ficción acometidos al calor del boom de La guerra de las galaxias (Star Wars IV: A New Hope, 1977) de George Lucas, alguna de las cuales, como La bestia nello spazio [vd: Terror en las galaxias, 1980], mezclaba con total descaro la ciencia ficción con el cine erótico.
Pero centrémonos en La ley del Colt, cuyo punto de partida no puede ser más manido. Un forastero llega a un pueblo asolado por los desmanes de unos bandidos, donde, ni qué decir tiene, se encargará de poner a los maleantes en su sitio, y descubrir quién de los respetables ciudadanos del poblado se esconde tras las acciones de estos forajidos. Esta trama es completada por la presencia de un misterioso y justiciero enmascarado, a través del cual se pretende añadir sin éxito algo de suspense al metraje, ya que desde su primera aparición queda meridianamente claro cuál es el personaje que se esconde tras su máscara, George, hombre pusilánime y algo afeminado en su vida pública, pero implacable y valeroso como enmascarado dedicado a hacer cumplir la ley en sus ratos libres, lo cual le convierten en un trasunto de aquel inolvidable Don César de Echagüe que creara José Mallorquí para dar vida a su Coyote, a partir del precedente del Zorro de Johnston McCulley.
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